TEXTOS "DESVELO"






Evaristo Pérez, contador. Me presenté siempre así, y eran ciertas ambas cosas: lo de llamarme Evaristo, y lo de ser contador. Lo aclaro porque siempre tuve que insistir mucho en lo que era verdad o mentira, una situación agotadora frente a los ojos incrédulos de tanto humano que me rodeó y me juzgó también.Aprovechando las ventajas de haber pasado por el limbo, me presento ante ustedes en mi estampa de cuando niño; a ver si así me hago un poco de justicia, a ver si así me rescato un poco de los nefastos sucesos que provoqué después. Incluso aunque la muerte me haya alcanzado a la longeva edad de 98 años,  así con vicios y todo, con y sin dinero, con halagos y reproches. Es que mantuve mucho del niño que aquí presento por el resto de la vida.Cuando se es niño se puede hacer mucho de lo que hice después, pero con toda inocencia. Aunque logro de todos modos ver a niños, antes y ahora, con miradas maliciosas que delatan la manipulación y la astucia encubierta de dulzura. Es más cosa de raza humana que de edades o épocas.Cuando se es niño se toma todo con envergadura de adulto, sin tener ni los problemas ni los objetos de los adultos. Menos aún las responsabilidades. Pero lo que me gustaba de niño me siguió gustando de grande, claro que con toda la contaminación y densidad de la adultez, con toda la inteligencia y la intencionalidad, buena o mala, del mundo adulto. Y con eso las consecuencias; la palabra y su peso, la acción y su efecto.Me gustaba el juego. Simple. A quién no le gusta jugar. Me gustó siempre, desde niño hasta la madurez avanzada. Jugar. Un placer que se ve en los animales incluso. Es propio de seres con sangre en las venas, pero en los humanos adquiere sofisticación exquisita, la suma de la intención, la negociación, el ganar o perder utilizando la mentira. O también la verdad pero frente a quienes esperan la mentira. La trampa, la apuesta de por medio, el malabar entre números, astucia, perspicacia y suerte. Azar. Y con todo eso la noche, el humo, el alcohol, el vasto submundo de los delirios que se desenvuelven libres en la oscuridad. Una lucha sin violencia, entre personas que dan la mano con camaradería para luego tratar mutuamente de destruirse, de doblegarse. Pero dentro de un juego, y eso me sigue pareciendo fascinante.De niño también se miente, también se juega, también se hacen pactos y tratos, se inventan historias fantásticas. Pero no hay nada que arriesgar y tienes el perdón del mundo por no saber nada y tener que inventarlo todo. Fui fantasioso desde chico, pero luego cambia el concepto y te haces mentiroso. Y en el juego es lo mismo. Es cosa de niños cuando se es niño y vicio ruin y peligroso cuando se es adulto.Fue así, dentro de ese peligro, que llegué a ganar mucho. Crecieron las bondades para mi hogar y mi familia, que siempre llevé en la circulación de la sangre (aunque la contaminara a veces con otras felpas y redondeces que eran de rigor en los submundos que frecuentaba). Es cierto que la mentira y la fantasía abundaban en esos tugurios del azar, pero cuando había una palabra con apretón de manos de por medio y en el juego entraba el honor, la palabra se tornaba de acero y era imposible torcerla.  Y tal como gané fue así, también con palabra de por medio, que llegué a perder mucho: dinero, muebles, hasta mi casa en un momento,  exponiendo a mi familia al desastre de una catástrofe causada por la estupidez humana. Creía en cierta frase de un francés, que dice que el honor consiste en hacer hermoso aquello que se está obligado a realizar, pero mi familia cargó con la hermosura atroz de tener que cumplir mi torpe palabra.Es posible que hoy en día hubiera sido nuevamente un jugador, confundido otra vez entre la moral, el honor, el deber, la fantasía, el ocio, la astucia. Tal como lo fui hace tantas décadas. Y me resigno, pero me gusta creer que hoy hubiera sido un hacker.Las cartas han tenido siempre un carácter mágico. Se puede hacer, y se siguen haciendo, ilusiones y malabares con ellas; con astucia, con estudiar los ojos, con saber mover las manos, con manejar ciertos cálculos y movimientos. Pero lo que puede hacer ese maravilloso casino portátil de cristal, es algo inalcanzable e inimaginable en mis años. Ver en él desde colores y burbujas brillantes, como salidas de un mundo nítido, perfecto y de mentira, hasta contemplar la más cruda y brutal realidad. Entrar con eso a documentos y cajas fuertes sin palabras ni apretón de manos de por medio... es algo que bordea lo divino. Quizás desde mi nebulosa mortífera no logre entender nítidamente el real funcionamiento de esta maravilla, donde no influye el tiempo, ni mi rostro, ni la dirección de mis ojos, ni los litros de alcohol adentro, ni el espeso aire entremedio de dos alientos que conduce a despiadadas o ingenuas acciones.  Puedo idealizar desde mi lugar, estoy al tanto. Cierto es que las cosas en realidad no han cambiado tanto en contenido. Sólo cambia el formato, el color, la velocidad. La matriz sigue siendo la misma: nuestra limitada raza humana. Es raro hablar de esperanza estando muerto, puede hablarse de consuelo, de lo que podría haber sido, y guardo la idea de poder haber sido distinto en este tiempo. De poder ahora haber llorado sin esconderme, de haber sido niño por más tiempo o haber podido acurrucarme con mis hijos, quedándome en casa, y así haber sido un poco niño de nuevo.  De haber conocido mejor a mi mujer. De haber sabido mirarla en sus otros ángulos. De haber podido jugar con ella.

















Máquinas

Me han puesto aquí al parecer todavía sin mucha intención de nada, suspendida por varios días, como una musa muerta y no querida, que busca su lugar entre objetos conocidos en otro tiempo y que perduran más de 100 años después. Gestos que se pueden hacer sólo dentro de la voluntad de un artista, esclavo de la mirada, maquinista en este caso del tiempo.

Fui real y ahora lo vuelvo a ser. La fotografía de la que me extrajeron era en sepia, sin año, pero yo puedo asegurar que es del 1870. Antes no cualquiera podía sacarse una fotografía. Claro que en este cuadro me han puesto color en las mejillas y en el vestido, tal como se usó antes con los daguerrotipos, y tal como se hará después con las fotografías en blanco y negro de los años 40, cuando yo podría haber alcanzado a ser una anciana. El color me viene bien, ahora, recién. El tiempo tarda en ser justo con los deseos y vanidades. Hoy estoy siendo pintada al óleo como sólo una figura importante podría serlo en esta época, o bien el hijo o la esposa de un pintor, nada de lo que yo sea parte.

Esta casa que aparece detrás de mí es parecida a las que me rodearon. Tiene en su piel más de 100 años, que le son difíciles disimular. En cuanto a los barrotes, no es tan dramático mi estado, casi nunca me instalo a mirar con la tranquilidad con la que aquí aparezco. Al contrario, si me asomo es para mirar algo en especial, si viene la leche, a los niños jugando, en fin, al ruido de la calle que a veces reclama atención. Siempre dentro de la casa, y a mucha honra. Una mujer no debe ser pública, ni tampoco hay tanto tiempo en realidad para la contemplación ni el aburrimiento, al menos en mi clase. Aunque hayan o no sirvientas el trabajo adentro es agotador y no termina jamás. Según los hombres el de ellos tampoco, aunque de eso no estoy tan segura, pues las cantinas y los tugurios donde van a jugar están siempre dispuestos a recibirlos y nunca pierden sus visitas. Al parecer lo disfrutan mucho, no sé. Yo sólo he jugado a las cartas con primas y hermanas por placer, a veces, en alguna sobremesa. Ellos hablan de que no es lo mismo sin dinero, pero uno no maneja el dinero, en fín, cosas de hombre.

Tengo un marido, que toma y juega como la mayoría, pero creo que con más moderación. Algunas hablan de que es mejor ser hombre, pero a mí me asustan y creo que también me asustaría siendo uno. Además, por más que hablen fuerte, se emborrachen y hablen de sus complicados trabajos, creo que en el fondo son un poco desvalidos.

Me cuentan que después las mujeres salen y hacen vidas parecidas a las del hombre. No logro entender bien cómo. Me dicen que, entre otras cosas, es porque existen distintas máquinas adentro de los hogares que hacen aseo. En mi tiempo viva fueron naciendo máquinas de velocidades estremecedoras a las que me dio vértigo subir, algunas a vapor, otras con sistemas que desconozco pero que eran igual de bultosas y sonaban como un trueno constante. No logro imaginarme alguna de aquellas metidas dentro de un hogar solucionando tanto problema doméstico como dicen. ¿Cómo las hacen entrar y cómo conviven con ellas? Prefiero ni siquiera imaginarlo.

Acá el silencio aún abunda, aunque de a poco se va violando. Pero existe, es posible sentirlo plenamente en las horas que siguen al almuerzo, en la tarde, una especie de primera noche después del ajetreo de la mañana. Y en la noche también, pero el de la noche estimula los pequeños ruidos que es posible sentir lejos, como atrás de un gran espacio vacío, delatándonos ese mundo que no pude conocer. Con ellos, de la mano, los miedos: me dan miedo las noches muy oscuras, aunque reconozco que me gustaría meterme en ellas y alejarme un momento de lo que uno es: Una mujer dentro de una casa.

Me gustaría ser por una noche otra mujer. De esas que todos evitan, e ir a esos lugares que yo no puedo. Ir donde las mujeres también bailan, cantan, beben, hablan a borbotones y no se cubren. Se habla de todo de ellas porque dicen que para eso están, pero yo no las conozco, y, si son criaturas de Dios, no veo por qué han de ser todas malvadas.

Cierto domingo nos quedamos con mis primas después del almuerzo bebiendo un enguindado que había hecho mi abuela. Yo quería sólo uno pero mi prima llenaba mi vaso sin que yo lo notara y nos bebimos la botella completa, o dos quizás. Me acuerdo de haberme reído mucho, aunque no recuerdo bien de qué, pero creo haber sido feliz intensamente por un momento, pero con una felicidad distinta. No esa que se tiene con los niños por algo que logran hacer, o con las plantas cuando paren una flor y uno lo disfruta. Esas felicidades son como con recompensa, pero ésta no. Ésta era como una cascada de risa, de contentura, vacía, sin haber hecho algo antes que mereciera regocijo. Vacía pero no en el mal sentido. Vacía, sin ninguna carga, sin tanto trabajo, sin culpa. Era como una burla a todo por un momento. Todo se volvía liviano y gracioso. Incluso cantamos y bailamos. Creo.

He alcanzado a ver algunas cosas estando aquí de nuevo. Razones, tiempo, trabajo, una especie tan distinta de ocio, la palabra bacán, la palabra depresión, la palabra ego. Hay facilidades para todo lo que hacen y entonces todo lo que se hace sin ganar dinero parece ocio. En mis lindes todo trabajo lleva un poco y bastante de ocio. Todo tiempo es más lento, monótono, y la lentitud es amiga del ocio. Se gustan.

Me contó un viajero que había quienes pensaban, y que él pensaba también, que todos los humanos eran un solo ser. Un ser divino, lo más probable, pero uno sólo. Entonces una es lo mismo que la mujer de al lado, sólo que otra parte, otro pedazo, algo así. Curiosa manera de verlo ¿no?

No sé si eso involucrará al tiempo. El tiempo hace que las cosas se gasten, se despedacen. El tiempo habrá hecho que ese ser, que es uno y todos, se repartiera en más pedazos. Así, de la que soy ahora se pueden haber desprendido 7 más, y ustedes vendrían siendo un pedazo más pequeño de ese mismo ser. Quizás en este caso el tamaño no importa. No quiero ofender. Pero entonces, si el tiempo se incluye,  soy la misma mujer que ésta que me pinta. Eso si tiene algo coherente para mí.

Si yo hubiera seguido viviendo estos 150 años más, es probable que me hubiera sacado las culpas, que me hubiera soltado el pelo para andar en el día incluso, o podría habérmelo cortado como un niño, como un hombre. Habría tenido otros hombres, sabría quizás otra lengua. Habría leído, habría ocupado esas máquinas, habría tomado una píldora, habría tenido sexo sin miedo. Son cosas que puedo decir sólo ahora que estoy muerta. Nombro esas cosas sin poder imaginármelas bien. Veo desde aquí la vida de esta mujer que me pinta pero no estoy segura que sean todas como ella. Ella asegura que sí. Pero los seres humanos mentían antes y ahora también, de eso estoy segura.


Tanto que preguntarle a Dios, en el que sigo creyendo, aunque ni muerta lo he visto.




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